Cuenta la leyenda que dos hermanos pretendían los favores de una misma joven, una niña en realidad, que, queriéndolos como a hermanos y a ambos por igual, les pidió tiempo para crecer y aprender qué era el amor antes de tener que escoger al que debería ser su esposo. Llegaron entonces los hombres blancos de allende los mares y las tribus entraron en guerra contra el invasor. Pero los dos hermanos, con la impaciencia propia de la adolescencia, decidieron que no podían ir a la batalla sin haber dirimido antes quien se quedaría con la chica, y adentrándose en el terreno hasta llegar a un médano solitario se dispusieron a despejar la incógnita, lanzas en mano, en una lucha a muerte -eso sí, tras darse un abrazo fraternal, "como señal de que ni el odio ni el rencor animaban sus acciones". Finalmente, agotados, se alejaron de regreso al campamento pero no llegaron nunca, cayeron muertos cada uno en un paraje. Al amanecer los caballos aparecieron solos bajo los toldos de sus dueños con las monturas bañadas en sangre y la doncella, desesperada y presintiendo la tragedia, vagó buscándolos por la llanura hasta caer muerta, ella también. El viento socavó la tierra bajo los tres cuerpos y la lluvia lleno esos pozos creando tres lagunas, las tres lagunas que formaron Cla-lauquen, nombre que recibió esta región hasta que el 12 de febrero de 1864 Mariano Saavedra, gobernador de Buenos Aires, decretó la fundación de la ciudad con su nueva denominación.